Cuidarnos desde las palabras: la violencia en el lenguaje cotidiano.

Cada día que hablamos pintamos con la lengua símbolos de lo vivido, confiándole al aire su reparto de oído a oído. Charlamos, discutimos, comunicamos y, de alguna forma, nos tocamos, golpeamos y acariciamos con palabras. Y así, con un gesto sencillo de la boca, somos capaces de ablandar al más duro de los corazones y sacrificar a la más inocente de las vidas.”

Desde que empezamos el día, buenos días, hasta que nos abandonamos al amparo de Morfeo, buenas noches, utilizamos el lenguaje para comunicarnos. Poco hay más cotidiano que el propio lenguaje. Preciso que no exacto, claro desde su ambigüedad, ligero y contundente, el lenguaje cotidiano nos permite compartir nuestro mundo a quienes se prestan con disposición a escucharnos. A través de la palabra, del verbo creador de las culturas semíticas, estructuramos y comprimimos una realidad compleja cargada de intensas emociones y ocultas necesidades. Tal es la naturaleza de la palabra que oculta mucho más de lo que muestra.

¿Atendemos a nuestras palabras? ¿Decimos siempre lo que realmente queremos transmitir? ¿Las escogemos con cuidado sabiendo su alcance y sus consecuencias? Pongamos un ejemplo más o menos cotidiano del uso que hacemos del lenguaje: Una madre, o un padre, ve a su hija de pocos años de edad dirigirse corriendo a la carretera. Ante el miedo de un posible accidente, la madre o el padre, sale corriendo hacia su hija y grita “¡Párate ahí! ¡Quieta! ¡Cuidado con la carretera!” Hasta aquí todo va bien, la niña se detiene y cuando el padre, o la madre, llega aún con la agitación y el susto en el cuerpo añade “¡Estás tonta! ¿Cuántas veces te he dicho que tengas cuidado con la carretera? Nunca escuchas lo que te digo. ¿Tú te crees que me puedes dar estos sustos? Es que no se te puede quitar el ojo de encima, nos vamos ahora mismo para casa.”

Dejemos a un lado si es buen padre, o madre, no queremos discutir eso, centremos nuestra atención en las palabras utilizadas. ¿Qué información quería dar a su hija? ¿Cómo, es decir, qué palabras ha utilizado? ¿Qué información recibe la niña? La niña, en primer lugar, fue golpeada con un juicio que consideramos insultante (“Estás tonta”), después se le preguntó por el número de veces que le han dicho en su vida que tenga cuidado con la carretera, también fue acusada de no escuchar lo que se le dice (aunque al decirle que pare haya parado), se le ha dicho que hay que mantenerla vigilada y además a recibido un castigo para que le sirva de escarmiento ejemplar.

Esta madre, o padre, que no sabe comunicarse de otra manera y que, probablemente, está repitiendo lo que vivió en su infancia y reproduciendo los patrones de crianza que ha visto a su alrededor, ha solventando esta situación utilizando, sin ser consciente, el lenguaje de forma violenta. Este es un ejemplo muy común, cosas peores se escuchan en los parques cada día, en las tiendas, plazas, colegios, universidades, oficinas y casas. El lenguaje cotidiano está muy frecuentemente (más de lo que pensamos) cargado de violencia. Una violencia escondida con el mejor de los disfraces: la normalidad.

En este punto podríamos preguntar (y deberíamos hacerlo) ¿por qué considerar que el ejemplo anterior es violento? Para contestar a esta pregunta citaré a Pat Patfoort y a su modelo Mayor-menor (a partir de ahora M-m). La Dra. Pat Patfoort es una antropóloga de origen belga que se ha dedicado al estudio y análisis de los mecanismos generadores de la violencia. Actualmente también se dedica a formar y educar grupos de personas en la gestión no-violenta del conflicto.

Según Patfoort, la violencia surge siempre que ante un conflicto alguien tome o trate de tomar una posición dominante, en su modelo la posición Mayor (M), obligando a la otra persona a ocupar una posición inferior, en su modelo la posición menor (m). Este modelo M-m es el germen de la violencia. Cuando las personas entramos en este modelo generando violencia, dice Patfoort que existen básicamente tres formas o mecanismos a través de los cuales prosigue la violencia. Estos mecanismo son:

  1. La escalada de violencia: Este mecanismo se da cuando la persona dominada, la que ocupa la posición menor (m), contraataca para ponerse en la posición Mayor (M). De tal forma que ambas partes entran en una lucha constante por alcanzar la posición M, incrementando cada vez más los niveles de violencia, pudiendo llegar como sabemos a límites trágicos.

  2. Violencia contra un tercero (o cadena de violencia): La cadena de violencia se produce cuando la parte que recibe la violencia (m) no puede luchar contra la otra parte (M), por lo que busca alguien más débil sobre el que volcar esa violencia. Un ejemplo sería una empleada cuyo jefe le grita y por miedo a perder el trabajo se calla, pero cuando llega a casa descarga su tensión discutiendo con su pareja. Este es el mecanismo mediante el que la violencia se extiende y se expande, incluso, a nivel social.

  3. Violencia contra propia persona (o interiorización de la violencia): En pocas palabras podríamos traducir esto como “comerse el marrón”. Este es el mecanismo por el cual la violencia se la queda la parte que está en la posición menor (m), porque ni puede luchar contra la parte que está en la posición Mayor (M), ni tiene a otra parte más débil que ella sobre la que ejercer y descargar la violencia. Es el caso de la niña que corría hacia la carretera y que al no poder aún enfrentarse a su madre (M) interioriza la violencia sin poder ejercerla sobre otra parte más débil. Por lo tanto almacenará esa violencia en forma de de dolor, con el consiguiente sufrimiento emocional y psicológico que esto conlleva.

Según Patfoort, los seres humanos no somos violentos por naturaleza, si no que la violencia es sólo una de las maneras que hemos encontrado para satisfacer nuestro instinto de conservación y de supervivencia y así protegernos y defendernos. Si solemos reaccionar de esta forma dañina es porque a primera vista parece más sencilla y es más común, por lo tanto más fácil de aprender y consolidar, en nuestra sociedad.

La propuesta que nos hace esta antropóloga belga para resolver los conflictos de una forma no violenta es lo que llama el modelo de Equivalencia o modelo E. Este modelo, el de la no-violencia, nos permite evitar la posición menor (m) sin ostentar la posición Mayor (M), es decir, tratar de resolver los conflictos sin necesidad de atacar a la otra parte, sin destruirla y sin dominarla. Esto se consigue dejando a un lado los argumentos, que solemos utilizar para ganar y tener razón en todo momento, y utilizar en su lugar los fundamentos en los que sustentamos nuestra postura. En otras palabras, compartiendo las motivaciones, necesidades, intereses, objetivos y valores que alimentan los puntos de vista enfrentados, abriendo así el diálogo y dando pie a la búsqueda creativa de soluciones entre las distintas partes.

Esto suena muy bien pero… ¿cómo se lleva a la práctica en el día a día? ¿Cómo detectar la violencia en el lenguaje cotidiano?

El primer paso para cualquier cambio que deseamos hacer es observar sin juzgar, simplemente tomar consciencia de las formas en las que nos expresamos hacia nuestro ser y hacia el resto de seres. Si este paso nos resulta difícil, siempre podemos preguntar a quienes tenemos al lado y comprobar cómo se sienten cuando les expresamos una idea, queja o necesidad. Podemos también preguntarnos si lo que hemos verbalizado es realmente lo que nos hubiera gustado decir, y si no fue así, tratar de pensar de que otras maneras podríamos haberlo hecho. Pero como nadie nos ha enseñado otras formas de hablar, ni tampoco se nos educa para atender a nuestras emociones y así poder llegar fácilmente a nuestras necesidades, metas y motivaciones (lo que Patfoort llama fundamentos), citaremos a otra referencia interesante que nos puede enseñar o marcar el camino: Marshall B. Rosenberg.

Rosenberg es un psicólogo que escribe e imparte formación en lo que ha denominado comunicación no violenta. También ha participado en programas de paz y actúa como mediador en conflictos. En su libro “Comunicación no violenta, un lenguaje de vida”, nos describe paso a paso su método para sustituir la violencia del lenguaje cotidiano por empatía, lo que nos permite sustituir el modelo M-m (generador de violencia) por el modelo E (de la no-violencia). Según Rosenberg, utilizamos un lenguaje violento, o como él lo llama, un lenguaje que nos aliena de la vida, cuando utilizamos frente a otras personas juicios de valor (“Eres tonto”), comparaciones (“Soy mejor que tú”), negación de la responsabilidad (“Sólo cumplo órdenes” o “es mi trabajo y no tengo elección”) o exigencias (“Tiene que ser así y punto”).

El proceso que Rosenberg describe es un modelo fácil de comprender pero que requiere motivación y constancia. Ayuda tener claro qué nos impulsa a realizar este cambio, por ejemplo, el deseo de cuidarnos mutuamente desde la compasión. Para llegar a este cuidado mutuo, la CNV de Marshall Rosenberg se divide en cuatro componentes o pasos a seguir:

  1. Observación: Como dijimos anteriormente, observar sin evaluar es un paso importantísimo en cualquier proceso. Describir lo que percibimos sin darle un valor particular, nos permite alimentar nuestro punto de vista con la mayor información posible. La realidad se enriquece cuando dejamos a un lado nuestros prejuicios y sesgos.

  2. Sentimientos: Identificar y expresar aquello que sentimos. Para realizar este paso con mayor facilidad sería útil elaborar una lista de vocabulario de sentimiento, así en lugar de describir cómo nos sentimos diciendo “estoy bien” o “estoy mal”, podremos comunicar con mayor precisión lo que estamos viviendo internamente (“estoy fascinado”, “me siento equilibrado”, “me siento culpable” o “estoy apenado”).

  3. Necesidades: Las emociones y sentimientos suelen indicarnos que existe una necesidad que ha sido satisfecha o bien, que una necesidad permanece insatisfecha. Una vez sepamos identificar con precisión nuestras emociones, nos será más fácil llegar a las necesidades que las produjeron y así poder expresar los fundamentos que hay tras nuestro punto de vista.

  4. Petición: Se trata de realizar una petición precisa y exacta de lo que queremos pedir a la otra persona para enriquecer nuestra experiencia mutua. O expresar una propuesta clara para que sea estudiada y negociada entre ambas partes para poder dar una solución al conflicto.

Si la madre o el padre de la niña que en el primer ejemplo corría hacia la carretera, hubieran sabido esto, probablemente habrían tratado de comunicarse con su querida hija de una forma parecida a esta:

¡Cariño! Qué alivio que hayas parado porque (aquí viene la observación sin juicios) cuando te vi correr hacia la carretera (ahora llega la expresión del sentimiento) sentí miedo de que pudieras tener un accidente ya que (la necesidad) quiero protegerte y cuidarte. Por eso (petición clara), me gustaría que cuando te acerques a la carretera lo hagas despacio y esperes a que mamá o papá vengan contigo.”

La información que la niña recibe con esta otra manera de hablar es mucho más clara. Sin acusaciones, reproches, ni castigos, es una comunicación que ha dejado de lado la culpa. Ahora ya no recibirá una violencia que no sabe gestionar aún. Además, está aprendiendo que hay diferentes tipos de emociones, que es bueno sentirlas y que es normal expresarlas. Y muy importante, al fin sabe con claridad lo que su padre y su madre quieren que ella haga cuando hay una carretera cerca y los fundamentos que hay detrás de esa petición, que son cuidarla y protegerla.

Sirvan estos ejemplos como una invitación a observar su comunicación, su lenguaje de cada día. Y si realmente desea profundizar en su uso no-violento y empático, encontrará al final de este artículo unas cuantas referencias para empezar.

El sonido es al oído lo que el contacto es a la piel, las palabras nos tocan y, en ocasiones, penetran hasta el alma. Por esta razón, cuidar las palabras que hacemos cotidianas y que cada día fluyen de nuestra boca hacia quienes nos rodean, es imprescindible si queremos abandonar la violencia de nuestra cultura y sustituirla por la atención y el cuidado mutuo, no sólo entre seres humanos, sino el cuidado mutuo hacia la vida.